Y hoy estamos en el restaurante «El Jardín» del Hotel Victoria de Cuenca (EC) en una cena-velada de Tango. Como sólo bebo yo (estoy con esposa e hija) me pido este cabernet chileno en formato de 3/8. Me abren la botella y dejamos respirar unos 20 minutos para catar a unos 17°C. Tapón correcto, compacto y tintado en su base. VISUAL: De color rojo picota de capa alta con el ribete amoratado. OLFATIVA: Nariz con aromas de fruta roja en compota, florales de rosas rojas, especiados de pimienta y clavo, regaliz, notas ahumadas y a frutos secos, con recuerdos de cacao, cuero curtido y apuntes de roble. GUSTATIVA: En boca presenta un buen ataque, alta acidez y gran amplitud. Retronasal frutal con aromas a compota de fresas, con notas florales y apuntes tostados muy definidos. Sutiles recuerdos de la madera con notas de cacao, vainilla y café torrefacto. Persistencia de 2:15 minutos muy placenteros Muy rico Cabernet con cuerpo, potente pero sin aristas y en plena fase ascendente. Menudo vino nos hemos encontrado! La RCP es muy buena en tiendas. MARIDAJE: Nos tomamos este vino con un Chowder de corvina de entrada y con un solomillo en salsa cabernet de plato fuerte. Con la cremita de pescado fue delicioso, sus aromas florales y especiados fueron un buen contrapunto a la cremosidad del chowder y sus notas salinas. Pero con el solomillo realmente encontramos un maridaje espectacular. Esa salsa cabernet y las notas cárnicas armonizaron maravillosamente con los apuntes tostados y terciarios de nuestro vino.
Todo sobre las pin-ups. Desde antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando alcanzaron un éxito inesperado, tuvieron usos y significados diferentes. Durante la Segunda Guerra Mundial, las ilustraciones de chicas pin-up -mujeres con poca ropa y actitud pícara- eran tan populares que hasta los bombarderos estadounidenses llevaban una en el frente del fuselaje. En trajes de baño o ropa militar, con camisas atadas a la cintura o polleras al viento, y hasta en ropa interior, estas imágenes sensuales y a la vez ingenuas adornaban también los talleres de autos y las tiendas de campaña. “Era una época en que las mujeres tenían más y mostraban menos”, apunta Dian Hanson, editora de la colección Sexy Arts de Taschen, en The Art of Pin-up, un libro que ella compiló y que acaba de lanzar la editorial con un recuento histórico y capítulos dedicados a los diez autores más destacados del género, entre ellos, Gil Elvgren, George Petty y el peruano Alberto Vargas.
Si bien el término pin-up -”fijar con tachuelas”- se acuñó en 1941, las primeras creaciones de este tipo aparecieron hacia 1886 en revistas francesas, de la mano de Jules Chéret -conocido como el padre del póster moderno-, y en 1895, en los Estados Unidos. Entonces, Charles Dana, un dibujante de la revista Life, creó a la Gibson Girl, una fémina desenvuelta que encarnaba el espíritu de la nueva mujer que estaba naciendo. Dana la delineó jugando al tenis o andando a caballo o en bici. Eran los años dorados de la ilustración. La bicicleta había sido la gran conquista femenina -una mujer ya no necesitaba de un hombre para ir de un lugar a otro- y la lucha por el sufragio femenino en los EE.UU. Los vestidos y corsets fueron reemplazados por ropa más cómoda y también más reveladora, que marcaba, por ejemplo, las piernas, antes ocultas bajo capas de tela. “Al intentar ganarse un lugar en un mundo de hombres, las mujeres los liberaron para que estos las miraran y las apreciaran de una forma más apasionante”, escribe Hanson.
Paradójicamente, las pin-ups, símbolos sexuales creados desde el punto de vista masculino -sin connotación pornógrafica: su sex-appeal es natural y su lencería suele quedar expuesta por accidente- son una representación del feminismo, al haber animado a las mujeres a liberarse de las normas impuestas. Actualmente, según académicas como Maria Elena Buszek, de la Universidad de Colorado, se las considera “una reivindicación de la sexualidad femenina”. La imagen de estas chicas -que aparecían en situaciones domésticas, aunque siempre con cierto descaro- se utilizó para reclutar soldados en la Primera Guerra Mundial, cuando el concepto de propaganda, para exaltar el patriotismo o atacar al enemigo, se había establecido. “Caramba. Ojalá fuera un hombre, me uniría a la Armada”, decía una pin-up vestida como marinera. “Sé un hombre y hazlo”, concluía. Posters por el estilo se clavaban en las paredes. A lo largo del tiempo, las pin-ups han tenido diferentes propósitos. En la Segunda Guerra levantaban la moral de las tropas. “Les recordaban a los hombres qué les esperaba en casa, las mujeres por las que ellos estaban luchando, y eso les estimulaba a luchar con más fuerza.
Pero, de forma encubierta, se proporcionaban como estímulo sexual, ya que durante la Primera Guerra se perdieron más combatientes por enfermedades venéreas que por las balas”, le dice Hanson a LA NACION revista. “Una pin-up podía inspirar la masturbación, en vez de una noche en un prostíbulo, y por tanto, servir para que el Departamento de Guerra mantuviera a los hombres saludables”, agrega. Si bien, muchas modelos eran anónimas, estrellas como Ava Gardner, Betty Grable, Hedy Lamarr, Rita Hayworth y Jane Russell posaron para este tipo de ilustraciones, conocidas también como Glamour Art, Good Girl Art y Pretty Girl Art”. Para hacerse una idea del impacto: los estudios de Hollywood enviaron tres millones de copias a sus soldados, en el extranjero, del típico afiche de Grable en traje de baño, de espaldas y con la barbilla apoyada en un hombro, mientras miraba hacia atrás. Y compañías como Brown & Bigelow hicieron lo propio con calendarios que Rolf Armstrong, Gil Elvgren -considerado el mejor dibujante de pin-ups que ha existido-, Earl Moran y Zoë Mozert diseñaban.