Les quema el balón a Espanyol y Leganés, dos de los tres equipos con menos posesión en la Liga, igual que abrasa la clasificación: lo suyo es una final por la permanencia, en el centenario de Expósito. No se trata del Juego del Calamar, por mucho que si pierde el Espanyol puede quedar casi eliminado de la partida, y que su líder, Chen Yansheng, parece estar divirtiéndose mientras observa en la distancia cómo se desarrollan las desgracias de su club. Separados por tres puntos, lo que practicarán los pericos y un Leganés aliviado por su triunfo ante el Barcelona es el juego de la patata caliente. Es el de Manolo González, un entrenador permanentemente amenazado pero con más vidas que el jugador 456, el conjunto con menor posesión de Primera (39,7 por ciento). Y recibe en el RCDE Stadium a un Leganés que tan solo maneja el esférico un 41,6 por ciento del tiempo, tan solo empeorado por los propios blanquiazules y por el Valladolid (41,3%). Y parece que les va medianamente bien en sus roles de local y visitante, respectivamente, en los que estarían ambos equipos tan cerca de Europa como del descenso.
No obstante, le urge al Espanyol una victoria que no consigue desde noviembre, ni siquiera en una Copa del Rey de la que le apeó prematuramente el Barbastro, para maquillar una primera vuelta en la que acumula 11 derrotas, y para tomar impulso hacia lo que viene. Para ello, al margen de miles de invitaciones extra para socios y del reparto en paralelo de banderas con el lema ‘Chen, go home’, podrá contar el técnico con casi toda su plantilla, incluido un Edu Expósito que tras un año de lesión al fin alcanzará los 100 partidos en Primera, con la duda de Carlos Romero y la excepción de los lesionados Gragera y Pablo Ramón, éste fichado ya en vistas a la próxima temporada sin haberse resuelto la actual. Frente a Manolo, curiosamente, se situará un Sergio González que no es el entrenador y exjugador, sino el central que dio los tres puntos a los pepineros en la anterior salida, en Montjuïc, y a quien solo un Juan Cruz cuya titularidad es una incógnita supera en goles (cuatro del atacante, por dos del central). Despachado Haller al Utrecht, sin Óscar, Jorge Sáenz ni Chicco y vivos en la Copa, mirando de reojo su cruce con el Almería tras haber apeado esta semana al Cartagena, los de Borja Jiménez vuelven al escenario donde salieron victoriosos hace 15 meses, para escalar hacia un ascenso por la puerta grande, a diferencia de un Espanyol que sufrió hasta el último instante, en el playoff. Una Segunda tan descarnada que ni unos ni otros quieren volver a verla ni en pintura. Y ese objetivo pasa por ganar. Por no seguir pasándose la patata caliente.
Todo sobre las pin-ups. Desde antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando alcanzaron un éxito inesperado, tuvieron usos y significados diferentes. Durante la Segunda Guerra Mundial, las ilustraciones de chicas pin-up -mujeres con poca ropa y actitud pícara- eran tan populares que hasta los bombarderos estadounidenses llevaban una en el frente del fuselaje. En trajes de baño o ropa militar, con camisas atadas a la cintura o polleras al viento, y hasta en ropa interior, estas imágenes sensuales y a la vez ingenuas adornaban también los talleres de autos y las tiendas de campaña. “Era una época en que las mujeres tenían más y mostraban menos”, apunta Dian Hanson, editora de la colección Sexy Arts de Taschen, en The Art of Pin-up, un libro que ella compiló y que acaba de lanzar la editorial con un recuento histórico y capítulos dedicados a los diez autores más destacados del género, entre ellos, Gil Elvgren, George Petty y el peruano Alberto Vargas.
Si bien el término pin-up -”fijar con tachuelas”- se acuñó en 1941, las primeras creaciones de este tipo aparecieron hacia 1886 en revistas francesas, de la mano de Jules Chéret -conocido como el padre del póster moderno-, y en 1895, en los Estados Unidos. Entonces, Charles Dana, un dibujante de la revista Life, creó a la Gibson Girl, una fémina desenvuelta que encarnaba el espíritu de la nueva mujer que estaba naciendo. Dana la delineó jugando al tenis o andando a caballo o en bici. Eran los años dorados de la ilustración. La bicicleta había sido la gran conquista femenina -una mujer ya no necesitaba de un hombre para ir de un lugar a otro- y la lucha por el sufragio femenino en los EE.UU. Los vestidos y corsets fueron reemplazados por ropa más cómoda y también más reveladora, que marcaba, por ejemplo, las piernas, antes ocultas bajo capas de tela. “Al intentar ganarse un lugar en un mundo de hombres, las mujeres los liberaron para que estos las miraran y las apreciaran de una forma más apasionante”, escribe Hanson.
Paradójicamente, las pin-ups, símbolos sexuales creados desde el punto de vista masculino -sin connotación pornógrafica: su sex-appeal es natural y su lencería suele quedar expuesta por accidente- son una representación del feminismo, al haber animado a las mujeres a liberarse de las normas impuestas. Actualmente, según académicas como Maria Elena Buszek, de la Universidad de Colorado, se las considera “una reivindicación de la sexualidad femenina”. La imagen de estas chicas -que aparecían en situaciones domésticas, aunque siempre con cierto descaro- se utilizó para reclutar soldados en la Primera Guerra Mundial, cuando el concepto de propaganda, para exaltar el patriotismo o atacar al enemigo, se había establecido. “Caramba. Ojalá fuera un hombre, me uniría a la Armada”, decía una pin-up vestida como marinera. “Sé un hombre y hazlo”, concluía. Posters por el estilo se clavaban en las paredes. A lo largo del tiempo, las pin-ups han tenido diferentes propósitos. En la Segunda Guerra levantaban la moral de las tropas. “Les recordaban a los hombres qué les esperaba en casa, las mujeres por las que ellos estaban luchando, y eso les estimulaba a luchar con más fuerza.